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La correlación entre el valor de una empresa y su cotización es muy fuerte en el largo plazo, pero más débil en el corto y medio plazo.
Hay dos formas principales de valorar una empresa utilizando el análisis fundamental, según su cuenta de resultados o según su balance:
Estos 2 métodos pueden utilizarse de forma independiente o combinándolos entre sí.
Es importante tener en cuenta que no todas las personas que intervienen en el mercado de valores son inversores de largo plazo. Si lo fueran las cotizaciones tendrían una volatilidad mucho más baja de la que tienen realmente y estarían siempre cotizando a un precio muy cercano a su valor.
Pero en el mercado intervienen inversores y traders con todo tipo de estrategias y horizontes temporales. Conviven inversores que compran acciones para dejárselas a sus hijos con traders que no tardan más de 1 minuto en cerrar cada operación, pasando por infinidad de situaciones intermedias. Esto es lo que hace que a corto y medio plazo la correlación entre la cotización de una empresa y su valor sea relativamente débil. Muchas de las personas que compran acciones no tienen ningún interés en conocer el valor de las empresas, pero eso no quiere decir que sean malos inversores o que obtengan malos resultados. Simplemente quiere decir que su forma de operar es muy distinta, ni mejor ni peor.
Esta descorrelación supone una fuente de inseguridad para muchos inversores de largo plazo, que no se explican, por ejemplo, que una buena empresa con beneficios crecientes pueda seguir cayendo en el mercado. El problema es que analizan la situación como si todo el que invierte en esa empresa tuviera su misma mentalidad y no encuentran razonable que se vendan acciones de una empresa sólida a precios de saldo. La explicación está en la gran variedad de intervinientes del mercado con infinidad de objetivos distintos y en ocasiones contradictorios.
Pero esta descorrelación de corto y medio plazo entre el precio y el valor de las empresas debería ser vista por los inversores de largo plazo como algo muy bueno porque supone la aparición de grandes oportunidades de compra, y de venta, que no se producirían si todos los que compran acciones fueran inversores de largo plazo. Un inversor de largo plazo no debería quejarse porque las acciones de una buena empresa caigan por razones técnicas del mercado mientras sus beneficios siguen subiendo, sino que debería aprovechar para invertir en esa empresa con la seguridad de que a largo plazo el valor de una empresa y su precio convergen.