Originalmente publicado por Augur
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Nadie en su sano juicio se niega a pagar impuestos, entre otras cosas porque si no hay impuestos que garanticen una estructura estatal no hay propiedad privada ni empresas ni dividendos, porque cuando el estado es débil todo está sujeto a la ley del más fuerte -como por cierto pasa en el mal llamado tercer mundo.
Ahora bien, una cosa es pagar impuestos para sufragar servicios públicos -aunque es muy discutible qué servicios deben ser esos, nadie discute que debe existir defensa, justicia, policía, sanidad y educación pública que garanticen igualdad de oportunidades- y otra cosa muy distinta es gastarse el dinero público en sectores que sólo sirven para comprar votos: además de las radios y televisiones públicas, promociones públicas de vivienda, están las infinitas subvenciones que nuestro sector público concede alegremente al carbón, a medios de comunicación, al circo, a la pesca, a la orientación y mediación familiar, al atletismo, a la ampliación de estudios artísticos, a los escaparates navideños y así hasta las DIEZ MIL subvenciones oficiales que desde 2016 recoge el portal oficial infosubvenciones.es.
Negarse a pagar chiringuitos políticos y negarse a pagar impuestos son cosas totalmente distintas. Y si oponerse a los chiringuitos es ultraliberalismo, entonces sí, yo soy ultraliberal y a mucha honra.
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